Por David Sebastian Arrighi – Agencia de Noticias 70.7

Argentina atraviesa una etapa crítica, no solo en lo económico, sino también en lo moral, en lo institucional y en lo social. El país parece avanzar por un camino cada vez más profundo hacia la decadencia del respeto, del honor y de los valores que supieron ser pilares de nuestra identidad nacional. Valores que forjaron nuestros próceres, que inspiraron generaciones, hoy parecen diluirse frente a la indiferencia y el enfrentamiento constante.

Las instituciones que alguna vez representaron la solidez de una República hoy están vulneradas, debilitadas por una dirigencia política que (lejos de mostrar madurez) reincide en errores graves, repetitivos y muchas veces inadmisibles. Falta creatividad, falta voluntad, falta respeto, y lo que sobra es deuda. Deuda con el FMI, con el pueblo, con el futuro. Deuda no solo económica, sino también ética y moral.

La grieta, esa herida social que sigue sin cerrar, se ha convertido en el arma predilecta de quienes deberían construir puentes. Se ha perdido la capacidad de dialogar, de disentir con altura, y en su lugar se ha instalado el grito, la descalificación, el insulto. Hoy, en muchos espacios del debate público, el que más grita o denigra parece llevarse el triunfo. Y eso es, en sí mismo, un signo de profunda decadencia.

Argentina, ese país generoso que siempre abrió sus puertas al mundo, que recibió con brazos abiertos a inmigrantes y refugiados, que se enorgulleció de su diversidad cultural y humana, está en riesgo de perder su esencia. No por su pueblo, sino por una dirigencia que no está a la altura del momento histórico que vivimos.

Es urgente que quienes tienen en sus manos las decisiones que marcan el rumbo nacional comprendan que no son enemigos, sino simplemente adversarios electorales. Que la batalla debe ser de ideas, no de odios. Que el adversario político no es un enemigo que destruir, sino un compatriota con una visión distinta. Que no se trata de una guerra armada, ni espiritual, ni social, sino de una construcción democrática que requiere de respeto mutuo.

Argentina merece más. Merece recuperar el respeto perdido, las buenas costumbres olvidadas, el honor y los principios que alguna vez nos hicieron grandes. Aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo. Pero para lograrlo, se necesita más que discursos: se necesita grandeza.

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